Una calle que mira al sur
(Pintura: Paul Cornoyer)
Hermosa y larga, mi calle miraba al sur y se escondía de los malos vientos. Del calor del levante en el verano y del brumoso poniente en cualquier fecha. Así escribía su historia día a día, poco a poco, como si la vida no fuera otra cosa que las puntadas en un mantel de hilo. Puntada tras puntada, muy despacio, haciendo que el reloj no tuviera sitio para el aburrimiento. Las azoteas templadas del mediodía, las noches junto al cine de verano, las tardes de charla en las casapuertas, las mañanas junto a la taza de café en la cocina...
La calle tenía un curioso resplandor que la convertía en escenario de cuentos. Los disfraces y las fiestas, la hora del cante, las miradas ruidosas, la gente que iba y venía, pisando sus piedras, sus aceras, logrando así el milagro de una convivencia más antillana que otra cosa. Todos los mares se apostaban a su alrededor para lograr el milagro de la risa y había quien no podía comprender cómo la escasez se convertía en chiste y la falta de lujos en razones para seguir viviendo.
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