Ni hoy llueve ni esto es Manhattan

La madre del chico insiste en que lea, que lea, y cosas serias, no solamente instrucciones para jugar al póker y también organiza fiestas sociales muy importantes, llenas de republicanos que votan republicano y tienen dinero, aunque, en realidad, tienen más caballos que dinero. El dinero lo poseen los demócratas pero esto la gente no lo comprende. Mi madre también decía lee, lee, o quizá no, quizá no tenía que decirlo, bastaba con que los libros estuvieran por ahí, libres, y que ella misma los llevara continuamente en la mano. Llevar un libro en la mano es una profesión de fe, un acto de confianza. No parece que los artistas lean mucho, se mueven entre fans y en limusina y no aprovechan nada el encanto de la lluvia que roza Manhattan sin mojarla apenas. Los chicos no la sienten, solo la fotografían para llevarla de recuerdo a la universidad, ese antro inmundo en el que leen cosas absurdas que solo sirven para aprobar exámenes.
Las películas de Woody Allen tienen una tesis sobre el vestuario y la ambientación. En "Un día de lluvia en Nueva York" (estoy viéndola por enésima vez mientras escribo esto), no solo los diálogos y las situaciones te transportan a un mundo diferente, sino que los salones de las casas de la quinta avenida, el museo, el hotel, la casa de la madre de Gatsby, las calles con sus pequeños restaurantes floridos, la lluvia, el reloj, todo se confabula para ser el lugar perfecto. Todo el mundo piensa en este Manhattan, tan distinto del otro en blanco y negro, más pueblerino y, quizá, más exacto.