Cena en casa de los Weston
(Sir Thomas Lawrence. Retrato de Lady Elizabeth Conyngham)
Al señor Woodhouse le incomoda enormemente tener que moverse de casa. Está mucho más a gusto en ella, paseando por los jardines con su bufanda doble, sentado junto a la chimenea, o dormitando en su butaca, mientras oye el runrún de la charla de sus invitados. Para él, el mundo exterior encierra enormes peligros. Enfermedades, incomodidades y toda suerte de desventuras. Su casa es su castillo. Además de eso, considera una bendición tener a su alrededor a sus hijas y nietos. Si por él fuera querría que nunca se movieran de allí. Pero sabemos que esto no es posible y que Isabella vive en Londres con su marido, el abogado señor John Knightley y sus cinco hijos, la pequeña de los cuales, Emma, solo tiene unos meses.
Resulta difícil, de todos modos, resistirse a las súplicas de Emma, la joven protagonista del libro, y no acudir a casa de los señores Weston a la cena de Navidad. Así que todos se preparan para el acontecimiento, que puede depararles un buen rato de distracción. A los citados tenemos que añadir al señor George Knightley, además de a la señorita Harriet Smith y al señor Elton, el vicario de Highbury. Pero la mala suerte querrá que la pobre señorita Smith cace un catarro fenomenal y tenga que quedarse en el colegio de señoritas donde vive, atendida por la solícita señora Godard, la directora. Esto será una pena enorme para Elton, piensa Emma. Porque cree, y así lo ha comentado con Harriet, que Elton está enamorado de ella y que pronto se declarará. Resulta pues, bastante raro que el clérigo no demuestre ni pizca de tristeza al enterarse del problema y, sobre todo, que su preocupación estribe en que Emma no se contagie.
El motivo por el que un grupo de personas educadas y amables abandonan su casa en una noche de nieve continua para ir a pasar la velada junto a otras personas educadas y amables a las que pueden frecuentar en cualquier otro momento es un gran misterio para John Knightley, un tipo nada filósofo y sí muy práctico. La travesía no augura nada bueno y la estancia en la casa de los Weston está llena de inquietud para los que presumen que no podrán volver a Hartfield con comodidad. Por suerte, nada de eso ocurre y el viaje de vuelta se llevará a cabo con solo una novedad interesante: la declaración de amor que hace el señor Elton a Emma. Esa declaración de amor no correspondida es un hito de la novela, un momento cumbre. A partir de ella y tras la negativa de la muchacha, Elton cambiará su actitud de forma radical y se volverá (o se mostrará) frío, distante y vengativo. Nada de la obsequiosidad anterior se verá en sus relaciones con Emma y creo que, desde ese instante, se empeñará en buscar una pareja con la que fastidiar a Emma. Por eso frecuentará Bath, el paraíso de los horteras de aquel tiempo, donde las chicas casaderas hacen su agosto si tienen alguna renta razonable al año.
El rechazo de Elton marca un punto de inflexión en el relato. Primero, porque Emma descubre que estaba equivocada en sus pretensiones casamenteras. Segundo, porque Harriet entrará en barrena al enterarse de lo sucedido. Y tercero, porque Emma dejará de ser a los ojos de todos la chica perfecta. Quién dice que Elton no hablará más de la cuenta y la pondrá a caer de un burro...Por otro lado, Augusta, la futura esposa, hará su aparición en escena y con ella el enfrentamiento entre el verdadero buen gusto y el gusto artificial y artificioso de las muchachas de Bath, llenas de ínfulas y de pretensiones absurdas. Se contrapone aquí la sencillez de la auténtica vida campestre inglesa, esa que tanto adoran sus escritores, y la vida de la ciudad cosmopolita y plagada de amistades superficiales y de ritos inútiles. Esta contraposición es un elemento fundamental en el libro, porque revela mucho del pensamiento íntimo de la autora.
Es increíble cuánto puede dar de sí una cena navideña.
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