Mujeres modernas
Si hay una heroína llena de dificultades, de problemas, de desamor y de desapego, esta es Anne Elliot, la protagonista de “Persuasión”, la novela póstuma de Jane Austen. Es la novela de las segundas oportunidades, el libro cuya trama incide en la lucha por ser feliz. Si hay, por el contrario, una heroína colmada de dones, ventura y suerte esa es Emma Woodhouse, de "Emma". La propia Jane Austen afirmó que Emma era una chica que solo a ella iba a gustarle. En eso se equivocó porque, a poco que se bucee en el libro y en el personaje, terminas atrapada por los matices de su personalidad, esa variabilidad, esa sabiduría que, en realidad, esconde la necesidad que tenemos todos de ser queridos, aceptados, admirados. Emma Woodhouse es bella, tiene una posición económica floreciente, un padre amoroso y una institutriz, la maravillosa señorita Taylor, que está pendiente de ella. Las primeras líneas del libro lo dejan claro. En cuanto a su amiga y compañera de juegos, seguramente la señorita Taylor es la institutriz más afortunada de la literatura y la que menos penalidades sufre y más alegrías experimenta. Además, a Emma el amor nunca le es esquivo, porque el señor Knightley está a su lado desde el principio, primero como amigo del alma y luego como enamorado rendido a sus pies.
Anne Elliot es todo lo contrario. Su padre es un déspota engreído que no hace caso a su hija. Sus hermanas la desprecian. Su madre desapareció cuando era niña. Lady Russell, que se ha encargado de su educación, no entendió en su momento que estaba enamorada de un hombre que, aunque en ese momento no tenía porvenir, estaba en trance de mejorar. Así, Anne Elliot renunció al amor a los diecinueve años, convirtiéndose en una aspirante a solterona. Un hilo de ternura te acerca a ella, una especie de solidaridad que no puedes evitar.
Frederick Wentworth, el amor perdido, regresará a su vida en un momento dado, por circunstancias casuales relacionadas con las pérdidas económicas que el padre de Anne experimentará debido a un nivel de vida absolutamente en desacuerdo con sus ingresos. Eso de gastar más de lo que se tiene es algo que reaparece en las novelas Austen. Lo mismo hace el señor Bennet en "Orgullo y prejuicio", por ejemplo. El regreso del capitán Wentworth abrirá de nuevo las heridas y Anne deberá asumir esa situación de la mejor manera que sabe, con su propio entendimiento. “Persuasión” es una historia de madurez, en la que una mujer sensible, paciente y acostumbrada a sufrir, deberá luchar por tener una segunda oportunidad para ser feliz.
En este sentido es una novela muy moderna. Presenta a una mujer luchadora, cuyo carácter sencillo y humilde no nos debe confundir acerca de su determinación y su fortaleza interior. Es una novela en la que no hay personajes perfectos, algo que ya nos resulta común en todos los libros de Jane Austen, aunque aquí ni siquiera existen los Darcy o los Knightley, paradigmas de las virtudes masculinas. Tenemos que vernos las caras con gente de carne y hueso, gente como nosotros, gente corriente, con permiso de Robert Redford.
Hay una característica esencial que acerca, no obstante, a ambas novelas “Emma” y “Persuasión” las últimas que escribió la autora y, por tanto, las más elaboradas desde diferentes puntos de vista. Esta es la penetración psicológica que se hace de los personajes, no ya de los principales, sino del conjunto de los mismos. Siendo esta una manera de narrar propia de Austen, en estos casos hay que decir que esa observación de la naturaleza humana, que se traduce en desmenuzar el detalle de los pensamientos y las emociones, se agudiza, fruto, seguramente, de la madurez de la escritora, tanto personal como literaria. No hay palabra vana, ni distracción fatua en su lectura. Es verdad que en "Persuasión" han desaparecido los amables destellos de humor que se encuentran, sobre todo, en “Orgullo y Prejuicio” la novela más divertida de todas y también esos personajes excesivamente ridículos que recrea en “Emma”, como las Bates o los señores Elton, pero la fina interpretación de los sentimientos humanos, la determinación de ahondar en su interior, dejando de lado lo superfluo es marca de la casa.
La peripecia de Anne Elliot es conmovedora. No sentirse querida por nadie, no estar ubicada en el mundo al que pertenece, no notar el apego, la comprensión, por parte de los tuyos, es una dura experiencia para cualquiera. A eso se une el estallido de unos sentimientos que la aprisionan y que la convierten en alguien a punto de saltar, en una personalidad llena de vida que tiene que reprimir, no tanto por las circunstancias, sino por su propia manera de ser. Es como si se tratara de una botella llena de gas, cuyo tapón impide que el gas salga al exterior.
La expresividad de la todopoderosa Emma Woodhouse, su gracia juvenil, sus maneras agradables, su encanto y el modo en que seduce a los que le rodean, se contraponen con la hondura, la profundidad, el desconsuelo que llenan el corazón y la conducta de Anne Elliot. Quizá no se trate tanto de dos caracteres diferentes como de dos maneras de ser mujer en una sociedad en la que las mujeres tenían que jugar un papel muy difícil. En algunos aspectos, ni más ni menos difícil que ahora. ¿Abrir tu corazón o guardarte lo que sientes? ¿Renunciar y olvidar o luchar por lo que ansías?
Lo dijo Shakespeare en uno de los sonetos, el 116, precisamente el que Marianne Dashwood leía con apasionamiento en “Sentido y Sensibilidad”:
Lo dijo Shakespeare en uno de los sonetos, el 116, precisamente el que Marianne Dashwood leía con apasionamiento en “Sentido y Sensibilidad”:
“La unión de dos almas sinceras
no admite impedimentos.
No es amor el amor
que se transforma con el cambio,
o se aleja con la distancia.
¡Oh, no! Es un faro siempre firme,
que desafía a las tempestades sin estremecerse.
Es la estrella para el navío a la deriva,
de valor incalculable, aunque se mida su altura.
No es amor bufón del tiempo, aunque los rosados labios y mejillas caigan bajo el golpe de su guadaña.
El amor no se altera con sus breves horas y semanas, sino que se afianza incluso hasta en el borde del abismo. Si estoy equivocado y se demuestra,
yo nunca nada escribí, y nadie jamás amó.”
(Pinturas: Joaquín Sorolla y Bastida. Valencia, 1863- Cercedilla, 1923. La versatilidad de su obra se observa en estas muestras tan diferentes)
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