Te has sentado indecisa al hueco de la tarde. Hace frío. Los visillos se mueven imperceptiblemente. De vez en cuando entra por la ventana un halo de este norte que azota la ciudad. Casi anochece. Es la hora de los miedos y del silencio extremo. Me has hablado. Me cuentas con palabras que casi desconozco lo hermoso que resulta volver a enamorarse. Me lo dices y ríes. Tienes la risa fresca de quien piensa en los besos. De quien perdió los besos y está a punto de ver cómo amanecen. Me dices que le quieres hasta el fondo. Que quieres lo que es y lo que te imaginas. Que lo encontraste sin querer buscarlo y que ahora su mirada es la balsa que recoge tu cuerpo, cansado de luchar contracorriente. Me dices que le quieres y hasta dónde, qué harías por él, cómo lo acunas sin poder evitarlo. Me dices que le quieres y te entiendo. Cómo dejar de hacerlo si yo siento lo mismo aunque me calle.
(Aibileen Clark con la niña a la que cuida, Mae Mobley Leefolt en Criadas y señoras, 2011) Una frase puede valer tanto como un tratado. La mayoría de los que escriben darían oro por una buena frase. Las frases son como las ideas: lo más difícil de hallar, lo más fácil de plagiar y lo más duradero. Una buena frase representa un logro para el que la escribe o pronuncia. Detrás de una buena frase siempre hay una idea valiosa. Y, además, una buena frase te hace pensar en cuestiones que merecen la pena. La película Criadas y señoras (The Help, 2011, de Tate Taylor) incluye esta frase en boca de la criada negra de la niñita blanca: "Tú eres buena, tú eres lista, tú eres importante" . La criada negra no ha estudiado psicología pero ha criado ella sola a diecisiete niños. Todos ajenos. Todos blancos. Resulta incongruente cómo en esta película ( y supongo que también en la realidad que retrata) las mujeres blancas dejan a sus preciosos hijos blancos en manos de criadas