De Ory en su aerolito


Carlos Edmundo D´Ory o De Ory ha muerto. En vida fue poeta, independiente y gaditano en el exilio. Vamos a recordarlo en este blog y vamos a intentar que se lea su poesía, el mejor homenaje que a un poeta puede hacerse. Mirad:

Reseña biográfica:
De Biografías y Vidas

Cádiz, 1923-Thezy-Glimont, Francia, 2010. Ha sido uno de los grandes animadores de los movimientos españoles de vanguardia durante la posguerra. Hijo del poeta modernista Eduardo de Ory, en sus inicios mantuvo estrechas relaciones con autores como J. R. Jiménez y publicó los poemarios de inspiración posmodernista Sombras y pájaros (1940) y Canciones amargas (1942). A partir de entonces, dando continuidad a los movimientos vanguardistas anteriores a la Guerra Civil, se propuso convulsionar la poesía vigente y creó junto con el pintor Eduardo Chicharro el postismo, un nuevo dadaísmo basado en las invenciones verbales y animado por un espíritu vitalista y visionario. Sus composiciones de esta época aparecieron en Postismo y La Cerbatana, revistas de vida efímera, y en una primera antología titulada Versos de pronto (1945).
En 1951 prosiguió esta aventura vanguardista con la publicación del Manifiesto introrrealista, elaborado en colaboración con el pintor dominicano Darío Suro. Su prioridad consistía en desarrollar un lenguaje basado en estados de conciencia alterada, abriendo las puertas a una invención de corte surrealista, libre y anticonvencional.
Vivió en París entre 1955 y 1968, año en que creó en Amiens el Atelier de Poèsie Ouverte (A.P.O.), centrado en la creación colectiva. A través de reuniones y discusiones con grupos de oyentes que fueron partícipes del proceso poético, el objetivo de este movimiento era alcanzar un público mayoritario. La labor solitaria y heterodoxa del autor no obtuvo reconocimiento hasta que F. Grande dio a conocer el libro antológico Poesía 1949-1969 (1970), donde se constata la evolución de su visión introspectiva, humorística, discontinua y rica en hallazgos expresivos.
Poeta lúcido y original, heterodoxo y revolucionario, entre su obra posterior destacan Los sonetos (1963), Música de lobo (1970), Técnica y llanto (1971), Lee sin temor (1976), Energeia (1978), Nabla (1982), Nuevos Aerolitos (1985) y Soneto vivo (1988). En prosa, sobresalen El bosque (1952), Kikiriquí-Mangó (1954), El alfabeto griego (1970), Basuras (1975) y la novela Nephiboseth en Onou (1973).
En 1999 salió publicado Melos melancolía, que reúne dos libros, Érase una vez una voz y Nabla escritos entre 1977 y 1994. En él, Ory vuelve a jugar con el humor y el disparate, dándole otra vuelta de tuerca a las greguerías ramonianas. En 2003 presentó una antología de su obra titulada Música de lobo y un año después los tres tomos de Diario 1944-2000, que recoge sus vivencias más íntimas.

Necrológica:
Diario ABC, Manuel de la Fuente

Ochenta y siete años sembrando estrellas, plantando luceros, dándole lustre a la palabra, él que se llamaba limpiabotas del verbo. Gnomo endecasílabo, pero diablillo gigantesco de nuestra poesía, como un duende socarrón, sabio y gruñoncete, sus versos son como la risa de un viejo cascarrabias, como las cerezas que de niños nos colgábamos de las orejas, su poesía, la poesía, como él decía, la poesía es como quien oye llover, y sus sílabas, sus poemas, siempre nacían contentos, risueños, cantarines como unas castañuelas de su tierra gaditana, donde Carlos Edmundo de Ory nació el 27 de abril de 1923. Como un pajarillo, ayer se marchó leve y tranquilamente al cielo desde su casa de Thezy-Glimont, un pueblecito al norte de Francia, donde dicen que los gorriones comían en su mano.
Sus versos saben como las frutas del Paraíso («Igual que el árbol da manzanas, yo doy poesía, es mi fruto», dejó dicho), como zafiros, como esmeraldas, porque también nos lo contaron sus palabras al oído: «La poesía es un vómito de piedras preciosas». Nunca juró bajo ninguna bandera porque el único estandarte al que rindió pleitesía fue el de la independencia, el de su airada rebeldía lírica, caballero andante de los de soneto en astillero, que tomó el camino de dos exilios (siempre fue juglar, nunca quiso ser bufón), el político y el literario, mediados los 50, cuando el postismo, aquel surrealismo a la tremenda que fundara con Eduardo Chicharro, Silvano Sernesi y Paco Nieva ya no daba más de sí, aunque dejaba a su paso una estela de encendido cometa poético de nuestra posguerra, aquel postismo que, desde «La Cerbatana» y «Postismo», las publicaciones del grupo, se clavó como un dardo en el trasero de la revista «Garcilaso».
Ismo va, ismo viene
Fue siempre vanguardista y subversivo, a su manera y cuando las vanguardias habían desaparecido de la faz de la tierra del arte y muchos las habían dado sepultura con poca pompa y menos circunstancia: «El único ismo practicado individualmente por el género humano es el egoísmo», lanzó a los cuatro vientos en uno de sus aerolitos, sus aforismos trufados de saber, ese saber ancestral de las criaturas del bosque, uno de sus territorios iluminados.
Lejos de España, De Ory se instala en París hasta 1968, año en que se traslada a Amiens. La efervescencia revolucionaria de aquellos días le lleva a crear el Taller de Poesía Abierta, un experimento de poesía colectiva que no es ajeno a los huracanes contraculturales de la época y al diluvio enloquecido de la Beat Generation. Para entonces, sus Aerolitos surcaban el firmamento de nuestra poesía como estrellas nada fugaces, mientras a este lado de los Pirineos se ninguneaba su voz, hasta que fue rescatada en una antología que le hizo justicia, «Las ínsulas extrañas», de Valente, Sánchez-Robayna, Varela y Milán. Desde entonces, 2002, casi fue poeta y profeta en su tierra. Fue nombrado hijo predilecto de Cádiz, recibió honores, y hace tres años depositaba su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, legado que se abrirá en 2022. Entonces, y sólo entonces, saldrán de él docenas de versos y docenas de mariposas, esos seres sobre los que nos dijo que no debemos insultarles llamándoles animales.
Por el camino, por el largo camino que hizo al andar y al cantar, dejó su verso humanísimo, sus burbujas poéticas, sus pompas de jabón líricas en más de veinte títulos.
Fue poeta del Cosmos («parto del ansia de infinito») y del microcosmos («Estoy sentado ahora en un café / y mi alma late late / de sed de no sé qué/ tal vez de chocolate»); de lo humano y lo divino («Mi poesía nace de la nostalgia y de la angustia y aspira a ser escuchada por Dios»), pero sobre todo del amor (« Ella es mi oráculo de besos...») y del dolor («Melancólica era mi novia melancólica, / y se iba a llorar en un rincón del mundo»), y de la fiesta («Estar contigo es un vocablo insólito»), de la asamblea («Te amo tanto que a Dios telefoneo»), de la algarabía de los cuerpos: «...vida enamorada / claveles que en dos bocas se rompen».
Cuidado, angelitos y angelotes, porque Carlos Edmundo ya está en el cielo lanzando aerolitos por doquier y os querrá descalabrar. Adiós poeta, me llevo tus versos en el bolsillo: «Mi patria es el aire que respiro».
Su poesía:

DAME
Dame algo más que silencio o dulzura
Algo que tengas y no sepas
No quiero regalos exquisitos
Dame una piedra
No te quedes quieto mirándome
como si quisieras decirme
que hay demasiadas cosas mudas
debajo de lo que se dice
Dame algo lento y delgado
como un cuchillo por la espalda
Y si no tienes nada que darme
¡dame todo lo que te falta!

(París, 26 de febrero 1953)


ME VAS A DEJAR TRISTE OTRA VEZ COMO ANOCHE
Me vas a dejar triste otra vez como anoche
Y a ti te gusta estar pálida como anoche
El viento ulula ladran los perros como anoche
Ves que pongo en tu vientre mis manos como anoche
Hágase la locura dijo una voz anoche
Pero este viento no es el mismo que el de anoche
No preguntes ahora si el mundo empezó anoche
Esta noche nos traen los despojos de anoche
Pero se han puesto negras las estrellas de anoche
sigue chillando el pájaro que entró en el cuarto anoche
Ya juegan como anoche gimiendo como anoche
las sombras que parecen bichos en agonía

(Amiens, 12 de abril 1974)

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